Él tenía un amigo cómico, una amiga andaluza, una novia de ojos verdes, una hermana pequeña y un tío soltero. También tenía bonitas piernas, largas pestañas y un ojo levemente más caído que el otro.
Le gustaban muchas cosas: el cine, la lengua francesa, que las chicas le cortasen el pelo con maquinilla.
Tenía una edad inconcreta, entre 37 y 38 años.
Le encantaba el adjetivo inconcreto, que Felipe Benítez Reyes usaba mucho.
Un día salió de su casa a las 14 horas. Llevaba camiseta de manga corta, pantalón vaquero, calcetines oscuros, zapatos marrones.
En un café conoció a un tipo con el que estuvo hablando un poco de todo, si bien de algunas cosas no hablaron, por ejemplo de pintura.
Cuando el tipo se fue del café, él se quedó. Se pidió un batido de frutas.
La camarera era simpática. Él era simpático. Simpatizaron. Hablaron de todo un poco, si bien hubo algo de lo que hablaron mucho, pero no me acuerdo qué fue.
Se besaron. Le dio pereza ir más lejos. La camarera le dijo que no importaba, que podían hacerlo allí mismo. Él le dijo que no se refería a eso con lo de no ir más lejos. Ella se enfadó un poco. Él le dijo no te enfades. Ella le dijo si no me enfado.
- ¿Tienes novia?
- Sí.
- ¿Es por eso?
- No.
Al día siguiente volvieron a verse. Se cruzaron por la calle. Se fueron a pasear a un parque. Se besaron. Le dio pereza ir más lejos. Se la folló allí mismo. A ella al principio le daba como corte, pero luego no. A él le dio corte luego. La novia de él pasó por allí y vio a una pareja follando y se fijó un poco pero enseguida dejó de fijarse.
Esa noche él lo dejó todo y se montó en un barco. El barco lo llevó a otra ciudad. Nada más llegar pensó en su madre. ¿Por qué nunca la había conocido? ¿Por qué era huérfano? ¿Por qué no todo el mundo era huérfano? Se metió en un restaurante y se comió un filete de buey. Tenía un hambre de caballo. Fuera hacía un frío de perros. La camarera era simpática y estaba cansada. Él era simpático y estaba cansado. La camarera tuvo la amabilidad de proponerle que durmiera en su casa. Él se puso muy contento. Nunca había estado con una camarera. Era una profesión que faltaba en su currículum. Había estado con peluqueras, ingenieras, farmacéuticas, rumanas. Pero con camareras nunca. La camarera y él se fueron a casa de la camarera. Bebieron whisky, fumaron, rieron, follaron, durmieron, soñaron, a él se le cayó la baba, se despertaron, desayunaron, se bañaron, follaron, se bañaron, follaron, se fueron al salón, ella volvió al baño para hacer caca, luego se limpió el culito en el bidet y volvió al salón, donde estaba él leyendo unos relatos de Quim Monzó.
Al día siguiente la camarera se montó en un autocar y lo dejó todo. Él se sintió huérfano de nuevo. Estas mujeres son todas iguales, pensó. Te dejan sin ningún remordimiento. No lloró porque los chicos no lloran. No bailó porque los tipos duros no bailan. Era duro de pelar, así que tampoco se la peló. Se subió a un tren y recorrió el país. Pensó que en realidad era el país el que lo estaba recorriendo a él. Cuando se cansó de recorrer el país, se bajó en una estación y enfiló un camino polvoriento que llevaba a un pueblo polvoriento. Se dijo que era un buen lugar para volver al polvo original. Hoy sigue allí, pero ya no es un pueblo polvoriento sino una metrópolis reluciente. De vez en cuando lee relatos de Javier Tomeo. También lee aforismos de Edgardo Torres. Ayer me leyó unos pocos. Me dejó para el final su favorito:
“Tengo caspa, eso es todo, mi alma se descompone y se recompone y se descompone en un inmovilismo celular que es una invitación al estoicismo.”
* Publicado en el blog Breves no tan breves
* Este cuento ha sido adaptado a cortometraje por Carolina Borrero Arias, con el autor como protagonista. Ver aquí.
* Publicado en el blog Breves no tan breves
* Este cuento ha sido adaptado a cortometraje por Carolina Borrero Arias, con el autor como protagonista. Ver aquí.
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