viernes, 30 de septiembre de 2011

HOLA Y ADIÓS - Rafael Blanco Vázquez



Yo estaba en aquel bar al que iba siempre y me daba cuenta de que lo que me apetecía no era estar en el bar sino con ella, a la que había conocido en el bar una noche en que fue con una amiga suya que era cliente habitual y que la había llevado aquella noche porque sospechaba que ella y yo nos gustaríamos, como así fue.

Nos gustamos mucho y follamos un montón de veces pero ella tenía su apartamento y yo el mío y aún conservábamos nuestra libertad y muchas veces ella quería estar conmigo pero yo prefería estar en el bar porque no quería perder mi libertad, una libertad que de todas maneras estaba perdiendo porque yo ya no quería estar en el bar sino con ella, que estaba en su apartamento echándome de menos y me escribía encendidos mensajes por el móvil a los que yo respondía con una pasión propia de mi edad mientras me tomaba varios whiskies con el dueño del bar que me contaba cosas de dueño de bar que ya estaban empezando a cansarme un poco.

Era un gran bar, la verdad. Yo había aprendido en mis 38 años de vida que en casi ningún sitio se alegran de verte pasado cierto tiempo. Basta con que vayas tres veces a un restaurante para que el dueño del restaurante se relaje y los camareros se piensen que ya no tienen que tratarte de modo especial porque de todas maneras vas a seguir yendo a su puto restaurante al que un día agarras y no vas más.
           
En aquel bar no. En aquel bar siempre te recibían con alegría y te invitaban a tragos y te sonreían todo el tiempo y te trataban como a un señor. El dueño del bar era extranjero como yo y ambos nos dábamos calor en aquella ciudad hostil, contándonos cosas de extranjeros, sobre todo él que la verdad es que hablaba sin parar, no sé si porque era dueño de bar o porque ya tenía cincuenta tacos mientras que yo sólo tenía 38 y sólo hablaba mucho con gente de menos de treinta, que seguramente pensaba que hay que ver lo que habla este tío.
           
En realidad eran dos los dueños del bar, ambos del mismo país. El otro era más taciturno pero también me recibía siempre con una gran sonrisa y hablábamos de fútbol y me descubría anises italianos y comentábamos muchas cosas sin llegar al fondo de nada porque tampoco es cuestión de ponerse a profundizar en un bar, aunque a mí siempre me ha gustado profundizar y quizá por eso ya no me sentía tan bien en el bar, si bien también me he cansado de gente con la que me pasaba el tiempo profundizando, qué sé yo, será simplemente que tarde o temprano me termino cansando de todo. ¿A quién no le cansan las profundidades?
           
Recuerdo una vez que llegué al bar, rebosante de clientes habituales, y en cuanto el dueño parlanchín me vio gritó “aquí viene nuestro presidente” y todos aplaudieron y me colmaron de besos y abrazos y yo me sentí de lo más bien en aquella ciudad donde sentía que nadie me quería, cosa que era cierta fuera de aquel bar donde sentía que todos me querían.
           
Pero ahora todo había cambiado. Ahora estaba ella. Yo quería estar con ella, que quería estar conmigo, lo cual a los dos nos infundía un miedo morrocotudo, y ahí estaba yo escuchando historias que ya apenas me interesaban en vez de estar bebiéndome el jugo del coño suyo, tan rico, tan cálido, tan acogedor. Pero cuesta un tiempo darse cuenta de que lo que vienes haciendo desde tiempo atrás ha dejado de ser lo que te apetece, y cuando quieres darte cuenta te ves haciendo cosas que han dejado de apetecerte, hasta que te decides y te lanzas y ya está.
           
¿Por qué tenía yo que estar escuchando al militar retirado o al señor de pueblo o al médico que llevaba cuatro años sin meterla desde que se había divorciado de su mujer con la que ya no quería volver pero con la que sentía que tenía que volver por el bien de su hija común y porque en realidad él ya estaba grande para buscarse una mujer nueva a la que a lo mejor querría más pero con la que no podría compartir el amor de su hija porque ese amor sólo lo podía compartir con su ex mujer a la que ya no quería pero con la que sentía que?
           
Me fui con ella.
           
Nos mudamos a un apartamento juntos y ahora me tomaba los whiskies con ella que no tomaba pero me miraba y me decía “cómo te metes eso tan fuerte” y luego ella se acostaba y yo seguía tomando whisky y escribía cuentos cuando los escribía, porque a veces no escribía nada y me sentía un despojo, y en cualquier caso después me metía en la cama con ella y la besaba toda y ella siempre se despertaba y me tocaba el miembro y se lo metía dentro aunque le quedasen pocas horas antes de ir a trabajar porque ella lo que quería era tenerme dentro y no dormir no sé cuántas horas para llegar al trabajo fresca o qué sé yo, porque como ella me decía la única manera de llegar fresca al trabajo era haberme tenido dentro durante la noche, que por algo estaba loca por mí, cosa que yo agarraba y me creía, y entonces yo le decía que también la quería un montón y follábamos brutalmente y a veces hasta llorábamos y después nos enjugábamos las lágrimas y los flujos.
           
Yo ya no escuchaba pero siempre tenía presente esa canción que tanto había escuchado y que decía “es la falta de amor la que llena los bares / son tus labios para mí un plato de calamares” y pensaba que todo estaba bien hasta que todo dejase de estar bien y yo volviese al bar, que ya no sería el bar anterior sino algún otro bar de alguna otra ciudad y quizá de algún otro país adonde yo iría en busca de un nuevo bar y de una nueva novia que me recordase a la anterior y me ayudase a olvidarla como ella me había ayudado a olvidar tantas cosas, hasta que un día, cansado de tanto olvido y recordando tan sólo mi tierna infancia, me decidiese a morirme para siempre, salvo que me muriese un día así sin más.


Imagen: the bar, de Boo-the-hamster en deviantART

miércoles, 28 de septiembre de 2011

TRAMA - Rafael Blanco Vázquez



Augusto Monterroso: “Hace muchos años vivía en Grecia un hombre llamado Ulises (quien a pesar de ser bastante sabio era muy astuto)”.

Emil Michel Cioran: “Para no tener que resolverlas, he transformado todas mis dificultades prácticas en dificultades teóricas. Frente a lo Insoluble, por fin respiro”.

Arthur Schopenhauer: “En un joven es una mala señal, tanto en el aspecto intelectual como también en el moral, que sepa orientarse muy pronto en los asuntos y manejos humanos, que enseguida se encuentre en ellos como si estuviera en su propia casa y entre en ella como si ya estuviera preparado. Es un anuncio de vulgaridad. Por el contrario, un comportamiento sorprendido, vacilante, torpe y errado en los citados aspectos indica una naturaleza de índole más noble.”

Imagen: Another sketch, de Lestrovoy en deviantART

PIENSO - Rafael Blanco Vázquez



Pienso que Chabrol ha dirigido maravillosos crímenes con castigo (Al anochecer) pero también pienso que Woody Allen ha ido más lejos con sus crímenes sin castigo (Delitos y faltas, Match Point), de manera que sus crímenes con castigo (Cassandra’s Dream) uno los mira con otros ojos.

Pienso que Augusto Monterroso es un escritor de relatos que utiliza muy bien los paréntesis, igual que Sergi Pàmies, uno de cuyos narradores, harto de un libro que está leyendo, dice: “Primero me salto una frase. Luego, todos los paréntesis (saltarse un paréntesis no debe de ser tan grave, pienso)”.

Pienso que mi título preferido de todos mis títulos preferidos es el de este libro de Augusto Monterroso: Obras completas (y otros cuentos).

Pienso que quizás sea un poco exagerado eso de mi título preferido de todos mis títulos preferidos.

Pienso que Tarantino es un director no machista (Kill Bill, Malditos bastardos) y que los hermanos Coen son directores machistas (Fargo, Sangre fácil).

Pienso que Woody Allen me cansa un poco con sus intelectuales neoyorquinos.

Pienso que hay escritores maniáticos que escriben todos los días (Alberto Moravia, Georges Simenon) y que prefiero a los que tienen una vida y que sin embargo me encantan Moravia y Simenon que no podemos decir que no tenían vida.

Pienso que prefiero Bukowski a Carver por sus temas (en Carver no hay más que matrimonios).

Pienso que a Bukowski y a Carver se la traía bien floja lo que yo pienso.

Pienso que fíjate, Amélie Nothomb también escribe todos los días y justamente me encanta.

Pienso que Bukowski era un borracho, que Amélie Nothomb es una mujer y que los hermanos Coen son dos.

Pienso que pienso.

Imagen: fruit of the sun, de offermoord en deviantART


ESENCIAL - Rafael Blanco Vázquez



Esto es una fábula con animales.

Es la historia de un tipo, Cédric, que conoce a una tipa, Amélie.
El tipo no duda en cortejarla, la tipa no duda en hacer melindres y todo termina bajo el edredón (y sobre el fregadero).
Semanas más tarde, se van de vacaciones a Concarneau, en Bretaña, que él no conocía y donde ella se revelará como una insigne pécora.
(Maldita bruja).
Una tarde, paseando solo por la ciudad, Cédric se adentra en una librería, hurga entre los estantes y da con una novela de Georges Simenon, Les demoiselles de Concarneau.
El azar geográfico le incita a adquirirla.
De regreso a París, los dos amantes dejan de verse.
(Niñita remilgada).
Pasan los meses, Cédric aún no ha leído la novela. Súbitamente decide dejarlo todo y partir lejos, muy lejos. Aterriza en China.
Poco a poco se acostumbra a vivir entre ideogramas, conoce a chicas de ojos rasgados (y ojetes desgarrados) y acaba quedándose largo tiempo.
Una noche, embargado por la nostalgia de su lengua materna, busca en las cajas de cartón del cuartillo y encuentra la novela de Simenon, que resultará ser una auténtica joya.
(Lúcida, emocionante, divertida, y escrita en un francés extraordinario).
(Le resulta delicioso leerla en voz alta, en la soledad de su apartamento).
Y Cédric, un tipo proclive al pensamiento esencial, se planta delante de su ordenador y escribe:

Lamentar, lamentar, de qué sirve lamentar
Lo que somos no sería
Sin lo que fuimos un día

Silenciar, silenciar, de qué sirve silenciar
Si ahora estoy feliz aquí
Se lo debo a Amélie

Brindar, brindar, yo quisiera hoy brindar
Por el tramo recorrido
Y olvidar los no he podido

lunes, 26 de septiembre de 2011

LA MAQUINARIA - Rafael Blanco Vázquez



Svn devoraba novelas de no menos de quinientas páginas, Dg no había empezado un libro en su vida, Fnd se limitaba a hojear ensayos de cine, a Ljd sólo le interesaba la ficción breve y de Crln, que se leía los manuales de la universidad de tres en tres, nunca se supo que acabase ninguno. Mrn tenía una tienda.

Eran un grupo singular de lo más común.

Con su mandíbula prominente y su timidez, Vlr salía con Jq, un bromista parlanchín de ojos saltones. Se llevaban bastante bien, salvo cuando a él le daba por gritarle y a ella por castigarlo con su silencio. El momento del día preferido por ambos era la cena: ella cocinaba rico, bebían vino y coronaban la situación fumando cigarrillos y sorbiendo café. Él fregaba los platos con aplicación y con aplicación al rato copulaban.
           
Mientras no dejasen de serlo, la rutina y la aplicación eran fuente de placer.
           
Cuando Drp, bajito como un duende y apuesto como un dios, lo dejó con Ltn, la más fea de todas, todo sucedió con esa ligereza de la que era incapaz Gtn, el obsesivo de ojos pequeños que nunca superó el extravío de Cht, la cejijunta. Sbs era gordo, Jlp era frágil, Grg era tonta y Fdr la tenía más grande que nadie.
           
Eran un aburrido grupo de lo más variopinto.
           
Un día apareció Jenaro. Venía de otro país. Nunca dejaría de ser el extranjero, pero no tardó mucho en dejar de ser el extraño.           
           
Luego estaban los hermanos, los hijos, los amigos olvidados de la infancia, los resucitados, los casos perdidos, los recuerdos, los anhelos, y todos los libros (sentenciaba Jvr), y las películas (machacaba Svld), y las canciones (tarareaba Zhr), el arte en definitiva (concluía Ñk), ese invento del hombre para el hombre.
           
¿Cómo era posible aburrirse sin aristas, deprimirse sin paliativos, abandonar sin atenuantes?

Ninguno de ellos podía entenderlo.


Imagen: tourniquet, de anatheme en deviantART

EN VOZ BAJA* - Rafael Blanco Vázquez



Cuando supo que se moría, recogió sus pocas cosas y se fue.
Ya vivía lejos de su casa, pero decidió irse aún más lejos, allá donde el idioma fuera una barrera infranqueable.
Nada más llegar se despojó de todas las pruebas de su identidad.
Se perdió entre la multitud, y sintió que poco a poco se moría.
De vez en cuando se le oía cantar. Tenía una bonita voz, una voz viril, una hermosa voz de bajo profundo.
Su rostro también era hermoso.
No hablaba nunca, salvo con un perro que solía husmear por el lugar y acostarse a sus pies.
- Me muero, perro –le decía–. Me muero y te puedo asegurar que no me apetece. Pero es lo que hay.
Y se quedaba dormido junto al perro.
Nadie sabe de las circunstancias exactas de su muerte.
Pero está muerto, es un hecho. Hoy ya no es más que un recuerdo, y muy pronto no será nada.


* Publicado en los blogs NarrativaBreve y Cuentos y más y en la revista virtual Agitadoras.com 



Imagen: The Name of My Melancholy, de Lestrovoy en deviantART

domingo, 25 de septiembre de 2011

BILIS* - Rafael Blanco Vázquez



Dice Chinaski en Música de cañerías: “-Sabe, doctor, la sabiduría llega a una hora infernal… cuando la juventud se ha ido, la tormenta se ha alejado y las chicas se han marchado a su casa”.

Jorge lee esto y piensa en su padre, Jaime. Jaime siempre trabajó en la misma empresa ganando un sueldo de clase media con el que no hacía gran cosa porque era un hombre sin aficiones. Sólo tenía un sueño: poder dejar de trabajar para rascarse los huevos. Claro que si se le hubiera cumplido habría terminado matando a alguien, porque era un hombre irascible. No tenía amigos, le zurraba a su mujer y más de una vez le zurró también a Jorge, hasta que Jorge le zurró a él y se fue de casa para siempre, dejando a su padre en el suelo con sus lágrimas: “Mi hijo me ha pegado, ¿adónde vamos a parar?”.

Lindando los sesenta Jaime enfermó de gravedad, le dieron la baja por invalidez y lo indemnizaron con una suma espectacular. ¿Para qué, si estaba a las puertas de la muerte?

De modo que no murió: al odio que tenía dentro se le añadía ahora una enorme cantidad de dinero a la que aferrarse.

Y ahí estaba, en la frontera de los setenta: sin moverse de casa, sólo se sacaba la mano de los huevos para darle un par de hostias a su mujer. Pero mientras él estuviera vivo, nadie tocaría su dinero. De pronto había adquirido el único defecto que no había tenido nunca: la avaricia.


* Publicado en los blogs Breves no tan breves y La esfera cultural
* Leído por La Voz Silenciosa

Imagen: Angry Old Man, de Meagan-Guttormson en deviantART


LÓGICA* - Rafael Blanco Vázquez


Uno de los esbirros del gran jefe le dijo a su compañero:
- Me gustaría escribir un libro.
- ¿Tienes la historia?
- Sería la historia de un tipo que no soporta salir de casa y de otro tipo que no soporta estar en casa. El primero es un intelectual, un reflexivo, un solitario. La gente le da mocos. El segundo es un activo, un tipo que necesita estar haciendo cosas rodeado de gente. La soledad le da acidez. Ambos quisieran ser quien no son, o sea el otro. Pero a su vez no les queda más remedio que estar orgullosos de lo que son. Y en esta dicotomía se les va la vida.
- Mola tu historia. ¿Por qué no la escribes?
- Pues porque soy gángster.
- Ah, claro.


* Publicado en el blog Químicamente impuro


Imagen: gangsters, de Grinch7 en deviantART

jueves, 22 de septiembre de 2011

10 MÁS DE 6 - Rafael Blanco Vázquez



Anuncio: Mujer con pretensiones busca marido.



Soy muy egoísta, necesito darte placer.



Ganábamos combates y otros concursos inútiles.



Siempre se sentía mal tras eyacular.



Principio y fin: se querían mucho.



Fíese usted de mí, de veras.



No sé resolver todo este rencor.



Soy rencoroso, resentido y realmente gracioso.



No tenía imaginación, me hice documentalista.



¡Qué insípida y qué amarga eres!



Imagen: Swallow, you piece of shit, de purplepanday en deviantART




EL DESENCUENTRO - Rafael Blanco Vázquez



Marta conoció a Alexis en un bar. Le pareció un tipo divertido, ingenioso. Era atractivo y escondía un misterio agradable, pero tenía las manos muy pequeñas.
Las manos de Alexis concentraban toda la atención de Marta, que no podía entenderlas.


Alexis estaba en su bar habitual cuando conoció a Marta. Era bajita, como a él le gustaba, y sonreía todo el tiempo. Pero estaba sentada y Alexis esperó pacientemente a que fuera al baño para verle el culo.


Quedaron en ir a cenar tres días después.


Marta apenas comió en todo el día. En el restaurante no quiso probar bocado, tenía el estómago contraído. Pero bebió algo de vino porque las manos de Alexis, tan sutiles, la inquietaban.
Alexis quiso llevar a la cita su mejor versión, pero le pareció que hablaba demasiado. Así que bebió bastante vino y, aunque no dejó de hablar, al menos el titubeo de sus palabras hacía que ambos rieran.


Al salir del restaurante caminaron hasta el piso de Alexis, que vivía con su gato. Marta iba preocupada, lo que ponía nervioso a Alexis: “¿Qué le pasará a esta chica? ¿La habré desilusionado?”. De pronto Marta murmuró “qué papelón”, se apoyó en un árbol y vomitó. Alexis no sabía qué hacer, así que decidió apretarle la mano y no decir nada. Marta se había puesto colorada y permanecieron en silencio el resto del camino.


Al llegar y ver al gato, Marta pensó: “Siempre me gustaron los perros, pero este gato es un encanto”. Le hizo unas cuantas monerías y le pidió permiso a Alexis para tumbarse en la cama, porque se sentía mal.
Alexis se acostó junto a ella, que enseguida lo besó.
Cuando se dieron cuenta estaban desnudos. Él se puso un preservativo y ella no paró de gemir “qué rico” hasta el final.
Escucharon canciones de Sabina y cantaron al alimón. Volvieron a besarse y, poco después, él agarraba un segundo preservativo.
A las cinco de la mañana se durmieron.


Mientras tomaban whisky barato, Alexis le contaba a su amigo Arturo: “Estuvo muy bien. Pero ya sabes tú cómo son las mujeres. No me tocó la pija en toda la noche. Recuerdo que en el segundo polvo, por miedo a que se me bajase, le pedí que me acariciara los huevos, y eso lo hizo con gran sabiduría. Me la mantuvo erecta y bien erecta”.
Arturo comentó: “Las titis son así. A lo mejor tenías que pedirle que te tocara el nabo. Pero en ocasiones son los nervios de la primera vez”. Y entornó los ojos: “A mí también me encanta que me aferren las pelotas”.
Alexis añadió: “Yo la primera vez siempre les toco el coño, y muy a menudo hasta me lo como”.
- ¿Se lo comiste?
- Empecé pero paré enseguida. Estoy harto de que no me toquen la chota. Recuerdo que pensé: “Cuando ella me la toque, la próxima vez o dentro de un mes, entonces le comeré el chocho. No te jode la rubia”.


Mientras tomaban un Cosmopolitan, Marta le contaba a su amiga Maricel: “¿Te acuerdas de que nunca me gustó la penetración? ¿De que siempre la sentí como algo mecánico, a veces molesto? Pues con Alexis la disfruté desde el principio. No lo entiendo pero qué importa”.
Maricel se emocionó: “Ay, Marta, qué alegría. Por fin”.
Marta rió: “Título para la novela que nunca escribiré: El placer con 32 pirulos”.
- Y dime, ¿la tenía grande?
- Casi se me olvidaba. Qué mal lo pasé, querida. No podía dejar de mirarle las manos. Pensaba: “Seguro que la tiene pequeña”. Sé que es una tontería, pero era incapaz de sacármelo de la cabeza. ¿Viste cómo soy cuando me obsesiono con algo? En cuanto me la metió quise gritar “la tiene normal”, pero me contuve.
- ¿Y la tiene suave? Me encantan las pollas de terciopelo.
- Ni me atreví a tocársela, del miedo que tenía.
- Qué desastre. Habrá pensado que eres una pasiva.
- ¿Tú crees?
- En fin, nada que no se pueda solucionar.
- Eso sí, Maricel, no veas lo que habla. Durante la cena me tenía la cabeza como un bombo.
- Ya está la señorita buscando defectos. Estaría nervioso el chiquillo. A los hombres hay que tranquilizarlos, Marta, ¿cuántas veces tendré que decírtelo?


Al siguiente fin de semana Marta y Alexis volvieron a cenar juntos. Ese día Marta desayunó, almorzó y merendó. Alexis estuvo más callado. Marta pensó: “¿Qué le pasará a este chico? ¿Estará enojado por algo?”. Lo miró a los ojos, pasó la mano por debajo de la mesa y le empuñó el mandado.


Cuando llegaron al estudio de Marta, tomaron café y comieron helado. En la alfombra hicieron un sesenta y nueve, pero Marta prefirió no beberse el semen. A regañadientes, Alexis lo vertió entre sus tetas.


Mientras cortaban salchichón y queso y lo combinaban con paté y aceitunas, Alexis se quejaba a su amigo Arturo: “Si yo me pongo hasta los ojos de flujo vaginal, ¿por qué diablos ellas no se beben la guasca?”
Arturo se dejó llevar por la ensoñación: “A mí me gusta meterles los dedos, la lengua y la nariz. La nariz es lo mejor, lo que yo te diga”.
Alexis echaba humo: “Pero si yo hasta froto mi cabeza pelada entre sus labios. Y no me refiero al glande, tontolón”.
Arturo se encendió un cigarrillo: “Míralo de esta manera: ¿qué sería de ti, de mí, de cada quien, sin la lucha por conseguir cosas? Y te diré más: ¿quién te ha dicho a ti que ellas no se tragan la lefa? La mía ha transitado por una legión de bocas”.
Alexis se acordó: “Estoy pasando por una mala racha, parece que me estén tocando todas las delicaditas de golpe. Ya casi me olvidaba de Florencia, Belén, Astrid y Beatriz, todas unas tragaldabas”.     
Arturo sentenció: “Que son la prueba de que sigues buscando”.
Alexis miró a su amigo.
           

Mientras degustaban una ensalada de frutas, Maricel se asombraba: “¿Un sesenta y nueve, así, sin más preámbulos?”
Marta bromeó: “Ya te he dicho que tomamos café y helado”.
Maricel quiso saber más: “¿Y dónde espolvoreó el perejil?”.
Marta agachó la cabeza: “En el último momento me dio repelús y no quise tragármelo”.
Maricel abrió los ojos de par en par: “¿En el último momento? Yo no me lo trago jamás. Por ahí no paso”.
Marta no entendía: “¿Y eso por qué?”.
Maricel sentenció: “Porque es un asco, Marta, vete tú a saber lo que hay ahí dentro”.
Marta se sirvió agua con gas.


El coche estacionó en el garaje. Marta le dijo a Alexis con solemnidad: “Te la voy a chupar y quiero ingerir hasta la última gota de tu esperma”. Así lo hizo, pero Alexis hubiera preferido no saberlo: le costó mucho trabajo eyacular.


Imagen: Devotion, de joereimer en deviantART

miércoles, 21 de septiembre de 2011

LA ESPIRAL - Rafael Blanco Vázquez



El escritor tenía dudas sobre sí mismo.
¿Pero quién no tiene dudas sobre sí mismo?
¿Acaso no es la duda la que nos permite seguir siendo nosotros mismos pero dudando si somos nosotros mismos o nos hemos convertido en otra cosa que también somos nosotros mismos?
El escritor sabía que la duda era una mentira, aunque a veces dudase de ello.
Cuando se aburría dudaba, dudar le aburría, y mientras tanto el escritor escribía, aunque a veces no escribiera y aunque dejase un día de escribir para siempre.


Imagen: Autopsis, de gromyko en deviantART

martes, 20 de septiembre de 2011

EL PENSADOR - Rafael Blanco Vázquez



Meando pensó: “Qué loco esto de mear. Estoy aquí apuntando al trozo de mierda pegado en la porcelana y luego me creo más listo que los demás”.

Escribiendo pensó: “Qué loco esto de escribir. ¿Qué será peor, no expresar lo que tengo en mente o no mear cuando tengo ganas por culpa de la edad?”.

Comiendo pensó: “Qué rico está esto”.


Imagen: Humano Ser, de Mandinga91 en deviantART


LA MADUREZ - Rafael Blanco Vázquez



La psicoanalista de provincias iba una vez al mes a ver a su hija a la capital. Durante dos días disfrutaba de su nieto e iba a museos, al teatro y a ver cine subtitulado. A la vuelta, comentaba con sus amigas que “los cuadros eran maravillosos y la película de una gran belleza, eso sí demasiado dura ya que exploraba todos los vericuetos del alma humana”. Concluía que el niño estaba cada vez más lindo y tenía esa curiosidad infantil tan especial.

*****

La estudiante de letras de la capital estaba en una cena con amigos. Se mostraba inflexible: “No soporto compartir mi tenedor”. Su novio le dijo: “¿Ni conmigo, con quien compartes toda clase de fluidos?”. Ella replicó sin vacilar: “No tiene nada que ver. Lo del tenedor es una guarrada”.
Cuando la estudiante fue al baño, el novio, con un guiño, intercambió los tenedores ante la mirada reprobatoria de los demás: “La pobre”, le recriminaban.
Ella volvió, comió y felicitó al cocinero. El novio le dijo: “Ése era mi tenedor”. Y ella, imperturbable: “No me importa porque no lo sabía”. Y siguió comiendo.

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El cómico, vegetariano implacable, budista intransigente, militante de mil causas, cifraba así su profesión: “La comicidad consiste en reírse de todo. El ser humano está lleno de manías a cuál más risible”.

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Al escritor inédito lo leían un par de amigos y algunos parientes. Había llegado un momento en que podía escribir cualquier cosa. A sus lectores les gustaba y al mundo le daba igual. Todo estaba bañado por la inutilidad de la inexistencia.

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Del escritor consagrado se había dicho todo, ya no tenía que demostrar nada. Había llegado un momento en que podía escribir cualquier cosa. Después de muerto, le publicarían hasta lo que hubiese mantenido alejado de la luz. Todo estaba bañado por la inexistencia de la existencia.

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La politóloga trabajaba de contable pero no le importaba, porque ella era madre ante todo. A su marido, sociólogo, no le molestaba ganarse la vida como representante comercial, porque lo único que realmente contaba era su hijo.

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El niño jugaba con el gato y la niña jugaba con el perro. A veces el gato arañaba al niño y el perro era mordido por la niña. La madre curaba las heridas y procuraba alimento. Cuando todos dormían, extrañaba al marido piloto.

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El dueño del hotel y su mujer contemplaban melancólicos el desfile de viajeros.
Los viajeros contemplaban al matrimonio y soñaban con esa paz bucólica y sin sobresaltos.

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El fotógrafo apresaba el momento y el músico le ponía melodía. El cineasta le añadía movimiento y el crítico los criticaba a los tres. El actor, cuando no actuaba, no podía dejar de hablar pues le habían quitado las palabras.

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El cazador se adentró en el bosque y el taxista se aventuró en la noche, por la que andaba extraviado el bebedor.

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Miguelito se exaltaba ante Mafalda. De mayor, lo que él quería era vivir.

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Cuando está por hacerse un hombre, allá por los diecisiete, Dennis Guilder comprende que ser niño consiste en aprender a vivir y ser adulto en aprender a morir.


Imagen: Reawakening of My Sad, de EddieTheYeti en deviantART

jueves, 15 de septiembre de 2011

HISTORIA DE LOS O.* - Rafael Blanco Vázquez



Aquella noche, Lito O. volvía a su casa dispuesto a contárselo todo a su mujer, Gimena. Llevaba un tiempo acostándose con Vera, la mujer de su hermano Agustín. Agustín O. era un hombre al que no le importaba nada, salvo pescar con un par de amigos solterones. Se pasaba la vida en la costa, pescando y comiendo paella. Lito iba rumiando en su cabeza las palabras que utilizaría para suavizar la situación. Cuando entró en la casa, se fue directamente al dormitorio y se encontró con su mujer cabalgando encima de su otro hermano, Jotapé.
- ¿Qué haces, puta asquerosa?
- Gran noticia, Lito: tu hermano Jotapé ya no es maricón.
- Pues ya me quedo yo más tranquilo, no te jode.
Lito se fue al salón y se sirvió un whisky cuádruple. Al poco llegaron Gimena y Jotapé dándose besos.
- No te pongas así, Lito –relativizó Jotapé–. Además, ¿no te basta con follarte a Vera?
- ¿Perdón? –se sorprendió Lito.
- ¿Que te pensabas que no lo sabíamos? –rió Gimena–. Ya sabes cómo es Vera, que lo cuenta todo.
- Todo no –gruñó Lito–. A mí no me había contado que os lo había contado a vosotros.
- Lo importante en todo esto es que, como dice Gime, ya no soy maricón.
Lito se bebió el whisky de un trago.
- Joder, hermano –insistió Jotapé–. Si me follo a tus amigos no estás contento, si me follo a tu mujer tampoco. Es que no compartes nada conmigo.
- No empieces a lloriquear, Jotapé, que te conozco. Está bien. Podéis estar tranquilos. Yo me voy a dar una vuelta.
           
Lito O. salió a la noche y mientras paseaba pensó:
- Hay que ver lo que son las cosas.
Entonces se encendió un cigarrillo. Se lo fumó. Tiró la colilla al suelo. La pisó. Pensó:
- Si es que no somos nadie.
Y siguió caminando.

Al día siguiente hubo comité familiar. El gran patriarca de los O., Alejandro, presidía la mesa. Estaba enfurecido. Todos esperaban en respetuoso silencio, atentos a lo que tuviera que decirles. El patriarca golpeó la mesa con el puño.
- Coño, joder, hostia.
- Pero papá –exclamaron los hijos al alimón.
- Papá mis cojones –y se fue, enrojecido y desmelenado.
- No se lo tengáis en cuenta –terció Josefina, la mater familias–. Ya sabéis cómo son los psicoanalistas.

Uno tras otro, con el rostro ensombrecido, fueron dejando la casa de su infancia. La madre los abrazaba a todos en la puerta, los besaba y alentaba, les decía:
- No os preocupéis, bonitos. Todo se andará.
El día estaba desapacible. Las calles estaban vacías. Por el cielo corrían nubes negras y por el suelo serpenteaban sombras inquietantes. Agustín se fue a la costa, donde lo esperaban sus amigos. Aunque ya lo conocía más que de sobra, Lito no pudo dejar de extrañarse:
- ¿Es que este Agustín no piensa cambiar nunca?
- La gente no cambia, Lito –sentenció Jotapé.
- Sobre todo tú, maricón.
- Tú siempre tan desagradable. Tú siempre dispuesto a soltar maldades. Yo de verdad que es que vamos.
- Ya estás lloriqueando otra vez. Mira, yo me voy.
Los hermanos se separaron sin un abrazo.

En casa de Lito esperaba Gimena cocinando.
- Lito, mi amor, te he preparado tu plato favorito.
- Gracias, tesoro.
- ¿Cómo te fue?
- Como siempre.
- Las cosas de la vida, cariño.
- A veces pienso que la vida es un cansancio. Pero otras veces pienso que no. Este valle de lágrimas es un lío.
- Tranquilízate, pequeñuelo, ven a mis brazos.
Y se fundieron en un tierno achuchón que duró no menos de diez minutos, al cabo de los cuales Gimena preguntó:
- ¿Y tus hermanos? Bueno, Agustín se habrá vuelto a la costa, claro. ¿Pero y Jotapé?
- No sé, apenas nos dijimos adiós.
- Pobre, con lo sensible que es. Seguro que anda llorando por las esquinas. ¿No quieres que lo invitemos a comer?
- Está bien. Llámalo y que se venga. Pero que se dé prisa, que tengo mucha hambre.


* Publicado en el blog Breves no tan breves




Imagen: tired eyes, de inkgal8290 en deviantART