Entonces
él se fue a dormir un rato mientras ella preparaba la cena. Había tenido un día
agitado y le dolía la barriga. Y cuando ella fue a despertarlo se lo encontró
muerto, de un plácido infarto durante el sueño, según supo más tarde. Lo lloró.
Lloró a aquel hombre con el que había vivido los últimos dos años. Lloró a
aquel hombre que acababa de cumplir los cuarenta, aquel hombre que siempre
bromeaba con la muerte y ahora estaba muerto de verdad.
–Mírala,
es la muerte –reía melodramático ante una simple diarrea.
Algunos
familiares y amigos lo lloraron también. Nadie se esperaba aquella muerte,
digamos, sin previo aviso. Y era un hombre que se hacía querer, a pesar de su
mal carácter.
Fluyeron
las lágrimas y los tópicos, y luego ella quedó sola, como un tópico andante
camino del olvido.