viernes, 17 de febrero de 2012

TRES CUENTOS - Varios autores



OTTILIA, de María del Pilar Jorge

En Ottilia, las calles son estrechas, empedradas, con lomas que suben y bajan. Las casas, blancas, con techos redondos y muchas ventanas en las que brillan los hilos de seda de las cortinas. Los niños corren libres y sin miedos, gallinas y perros escarban la tierra de las quintas. El río está cerca. Es siempre verano, por eso las siestas son largos rituales. Hombres hay muy pocos. Sólo permanecen los más viejos y los más pequeños. Las mujeres tejen alfombras, cortinas, túnicas de texturas sedosas y colores claros. Suelen ser muy bellas y entrelazan cordones multicolores en sus trenzas. Pero los forasteros temen quedarse a dormir en Ottilia. Sucede que las camas están cubiertas por sábanas tramadas, y la leyenda cuenta que cuando las mujeres de Ottilia envuelven a sus amantes con ellas, sus cuerpos se transforman en simples dibujos impresos en las telas.




PRECOZ, de David Moreno

Vivíamos separados por una pared, mi dormitorio pegado a su salón. Tan cerca, tan lejos. Nunca nos habíamos visto, ni oído, ni siquiera preguntado nuestros nombres, pero cumplíamos entusiasmados con nuestra cita. A las diez en punto de la noche desde hacía unos meses, abría mi libro de poemas y le recitaba unos versos de amor en voz alta. Ella, para que supiera que eran de su agrado, daba unos golpecitos y felices dormíamos hasta el día siguiente.
Anoche, me atreví. Me asomé a su ventana, justo cuando impaciente apoyaba su cabeza en la pared. Al girarse, vi que era tan sólo una niña, con sus ojos me decía que la esperase.




 
LO QUE QUIERAS*, de Patricia Nasello

Yo estaba de pie, él de rodillas. Sus manos en las mías, su mirada en mis ojos.
―Te amo ―me dijo―, y te lo voy a demostrar. Pedime lo que quieras: una rosa de oro, una estrella de mar. Una estrella del cielo.
―Con un canario me conformo ―contesté riéndome.
―Lo consigo y vuelvo.
Volvió rápido. Cansado. Tierno como siempre.
Arrastraba una jaula enorme.
―¿Y el canario? ―pregunté.
―Decidí que ningún pájaro podría compararse con vos, mi amor, que cantás como un ángel ―respondió.
Me emocionó saber cuánto valoraba mi voz.
Avancé unos pasos. Me paré dentro del círculo de rejas.
Él cerró la puerta.





* Lee Lo que quieras traducido al francés por Rafael Blanco Vázquez

Blog de María del Pilar Jorge

Blog de David Moreno

Bitácora de Patricia Nasello




Primera imagen: Elven forest, de lucid-light en deviantART

Segunda imagen: attente, de toubab en deviantART

Tercera imagen: Lovers, de Mefitica en deviantART


miércoles, 15 de febrero de 2012

CUATRO CUENTOS DE CARLA DULFANO



EL PEDIDO

—Por favor, Dios, condensá en un solo muchacho las virtudes de todos los hombres —le pedí.
—¿Y con los defectos qué hago?
—Cargáselos a otro.
—Pobre muchacho, sería injusto…
—Después se lo compensás de alguna manera.
Dios concedió mi deseo: creó un hombre con todas las virtudes del mundo y otro con todos los defectos.
Inesperadamente, me enamoré del que condensaba todos los defectos. Esa fue la manera en que Dios lo compensó. El muchacho denuncia que esa no es una compensación sino un castigo; pero Dios no lo escucha, dice que su quejido es sólo un defecto más de todos los que le cargó.




 
EL EXPERIMENTO

Trabajaba en un laboratorio. Experimentábamos con un nuevo químico llamado “Anti-Timidex”, que bloquearía algunos neurotransmisores causantes del miedo, la culpa y la baja autoestima, situados en el hemisferio cerebral derecho.
Dora, la recepcionista, se ofreció como voluntaria y le pedí que tomara una pequeña dosis del frasco.
Ella desató su cabello y arrojó los anteojos por una ventana, besó salvajemente a un operario y a todo el personal masculino del octavo piso. No pudo con los del séptimo porque se descompuso el ascensor.
Después entró a la oficina del gerente Swam sin que pudiéramos frenarla, y le dijo:
-Usted es un orangután.
Para entonces ya habían pasado los veinte minutos del efecto de la droga. Dora recobró de pronto su timidez habitual. Se ruborizó y se retiró con su paso cansino de siempre.
Volví a mi despacho y descubrí que el frasco estaba lleno. Dora no lo había tomado...




LA ROBOT QUE JUGABA AJEDREZ

Me enervaba que Marcos jugara ajedrez con Teresa, su robot preferida.
—Ya no tenemos comunicación —le dije.
—Claro que sí... ¿Tu abuela está mejor?
—Murió hace cuatro años.
—Pero, ¿no estaba enferma?
—Claro, por eso murió. Fue en la navidad de 2030
—¡Ah! Entonces coincidió con el día en que fuimos a ese lugar donde contaban chistes y se comía bien...
—Marcos, ese era el velatorio —dije, y le partí el tablero de ajedrez por la cabeza.
Teresa me agarró del cuello y me fagocitó de un bocado. Desde entonces vivo dentro de su cuerpo metálico. Bueno, por lo menos cuando Marcos la besa, algo me llega a través de la escafandra plateada.




EL ÁRBITRO COMPLACIENTE

Gómez, el árbitro de fútbol, de chico era muy complaciente, le gustaba dar la razón a todos. Cuando sus padres se separaron les dijo que ambos tenían razón en detestarse. Lo desheredaron inmediatamente.
De joven lo contrataron para arbitrar entre dos clubes barriales.
—Pujol tocó la pelota con la mano —dijo Ramírez, un jugador.
—Tiene razón —dictaminó el árbitro Gómez.
—No la toqué —replicó Pujol con una voz profunda y gutural.
—Usted también tiene razón —aseguró Gómez.
Ramírez y Pujol se arrojaron sobre el árbitro con furia.
Un enfermero vino con la camilla para auxiliarlo. Le dijo:
—Pero Gómez, no puede darle la razón a todo el mundo.
—¿Sabe una cosa? Usted también tiene razón.
Ese fue el fin de su carrera. Tiempo después, alguien lo encontró viviendo en una plaza. Mediaba entre dos palomas que se disputaban una miga de pan, hasta que una le picoteó un ojo…



Blog de Carla Dulfano


Primera imagen: Cubismo, de schincariol en deviantART

Segunda imagen: the drowned maiden, de Infuzoriy en deviantART

Tercera imagen: I'm Robot, de Widyantara en deviantART

Cuarta imagen: Atravesado, de Currel en deviantART


martes, 14 de febrero de 2012

CUATRO CUENTOS - Autores varios



UNA VEZ MÁS, de Giselle Aronson

Había caído otra vez, se dio cuenta al llegar al fondo y ver los rostros a su alrededor.
Abajo no estaría solo, muchos colegas lo acompañarían: escritores admirados, otros desconocidos, literatos descollantes, mediocres, inescrupulosos, abnegados, agudos, apasionados, concisos, obsesivos.
No faltaban los que fingían su debut por allí. Agobiados, no se explicaban cómo habían ido a parar a ese foso. Otros, más sinceros, se tomaban el asunto con humor e intentaban volver a la superficie, libres de escándalo.
Él ya conocía el sitio y sabía que era natural para cualquier escritor, caer en un lugar común.




 
CULPAS, de Claudia Sánchez

Una sonrisa se dibujó en su rostro al verme llegar. Era una sonrisa exagerada, estática, forzada, incongruente con la expresión de sus ojos. Una certeza, toda instinto, cruzó rauda por mi mente: lo había descubierto. Sin sacar la llave de la cerradura, volví a cerrar la puerta, giré dos veces la llave y fui hacia el auto. El sonido de un disparo me hizo detener. El instinto me había fallado. No teníamos armas en casa.





SABER LO QUE SE QUIERE*, de Alejandro Hugo González

Siendo niño siempre le preguntaban qué quería ser cuando fuera grande. Y él siempre respondía:
—Asesino.
Sus padres sonreían, divertidos. Las visitas reían, un poco incómodas, y a veces se despedían enseguida.
Poco a poco llegó a ser un contador de fama no pequeña, padre de cinco hijos y respetado miembro de la comunidad. Sin embargo, de vez en cuando miraba con tristeza el fuego del hogar y confiaba a alguno de sus pocos amigos íntimos:
—Este es el resultado de no contradecir los deseos de los niños. Si mis padres alguna vez hubieran querido inducirme por la fuerza a ser médico, ingeniero o -incluso- contador ahora yo sería un asesino maravilloso, y no esta porquería que todos pueden ver.
Decía esto mirando como en sueños el cuello de su amigo, la suave piel del cuello, donde empieza la nuca, con sus pelitos.




 
LABERINTO VIVO, de Juan Pablo Noroña

Ansioso de afecto, entro al laberinto vegetal en persecución de una mujer sagrada y única. Una vez dentro, hallo con asombro que se ha multiplicado: me saluda desde un recodo, atisbo su luciente cabellera por sobre una muralla verde, escucho su voz a mis espaldas. A cada paso, a cada vuelta, son más, y mayor mi confusión. Cuando finalmente atrapo a una, sólo esa veo, sólo esa existe.



* Lee Saber lo que se quiere traducido al francés por Rafael Blanco Vázquez

Blog de Giselle Aronson

Blog de Claudia Sánchez

Blog de Alejandro Hugo González

Facebook de Juan Pablo Noroña




Primera imagen: La fosse, de Greaukk en deviantART

Segunda imagen: the dead cannot dance, de anatheme en deviantART

Tercera imagen: gimme light, de anatheme en deviantART

Cuarta imagen: the Elements, de m0thyyku en deviantART
 


domingo, 5 de febrero de 2012

ESCALADA* - Fernando Andrés Puga & Rafael Blanco Vázquez



Escalada pone el despertador a las siete. Se levanta apenas suena. Con mecánica eficiencia se asea y se viste mientras escucha las noticias. Desayuna un café con leche con dos tostadas untadas de queso crema light y mermelada BC de durazno y a las ocho menos cuarto sale en dirección a la oficina con su viejo maletín donde ahora guarda la netbook que le dio el jefe. Escalada es un buen empleado, trabajador y silencioso. Ninguno de sus compañeros ha tenido jamás un entredicho con él. A veces parece que no estuviera ahí. Y sin embargo ahí está Escalada, día tras día, con su paradoja a cuestas, igual que el arribista Cortés, el alevoso Hidalgo y el intachable Coronel.




Sobre Fernando Andrés Puga


* Publicado en el blog Químicamente impuro


Imagen: AMNESIA and COLAPSO, de quick2004 en deviantART