Yo estaba tan tranquilo haciendo caquita, totalmente en bolas, que para estos menesteres la ropa me molesta.
De pronto llamaron a la puerta.
- Cago en Peneque.
Me puse unos calzoncillos, una camiseta y fui a abrir.
Era una chica más bien monilla, aunque con cierta arrogancia en la expresión.
- Uy perdona, te cojo en mal momento.
- Para qué te voy a mentir. Estaba jiñando.
- Qué casualidad. Yo estoy haciendo unas entrevistas sobre los hábitos cagatorios del personal. ¿Te importa si entro?
- En absoluto.
- De hecho se me ocurre que en vez de hacerte el cuestionario puedo observarte en plena faena. ¿Te parece?
- Pues mira tú qué buena idea.
Nos fuimos ambos al baño. Un baño espacioso, luminoso, de tonos claros. Yo me desnudé y me senté en la taza. Ella se instaló en el borde de la bañera.
- Así que tú eres de los que se desnudan.
- Pues sí.
- Yo también, me siento más libre.
- Ahora estoy contigo.
Planté un pino de esos que traen púas. Es increíble lo que aguanta un ano sin desgarrarse. Aunque un poco de sangre manchó el papel.
- Almorranas, supongo.
- Supones bien, muñeca.
- Qué lindo bidet.
- Imprescindible para tener el culo limpito y bien fresquito.
Me senté en el bidet y me limpié con jabón, paciencia y una sonrisa.
Cada vez me parecía más guapa. Tenía una mirada maliciosa.
- Eres muy guapa.
- Tú también. Me gustas cuando cagas.
- Me alegro.
- ¿Puedo cagar yo también?
- Qué pregunta.
Se desnudó. Se sentó en el inodoro con elegancia. Yo terminé de secarme y me apoyé en el lavabo, frente a ella. Soltó su zurullo sin dejar de mirarme a los ojos. Me acerqué y le puse la mano en el chocho. Qué rico chocho. ¿Hay algo más femenino que un chocho? Se lo acaricié con dulzura mientras ella me lamía los pezones.
- Eres un hombre de pelo en pecho.
- Eres una mujer de chocho depilado.
- ¿Me limpias el culo?
- Y te ensucio la cara si hace falta.
Mientras le limpiaba el culo me besó. Mientras se lo enjabonaba en el bidet siguió besándome. Mientras preparaba la bañera multiplicó sus besos hasta la extenuación. Caímos derrengados en el agua calentita y espumosa. Allí fumamos, reímos y bebimos whisky.
- Tengo que confesarte algo.
- Dime, hija.
- Lo de la entrevista era mentira. Es que no sabía cómo entrarte.
- ¿Que ya me conocías?
- Te vi salir un día de tu portal y me enamoré. Llevo semanas siguiéndote.
- Y ahora qué hago yo.
- Espero que no te enfades.
La abofeteé.
- Pues claro que me enfado. ¿Qué te has creído que es esto? ¿Por quién me has tomado?
- Lo siento, de veras.
- Está bien. Que no se repita.
- ¿Puedes abofetearme otra vez?
- Ya estamos.
- No me lo habían hecho nunca.
- Tu vida es un desastre.
Le guanteé la cara y la boca, le pellizqué los labios del coño.
- Eres tan guapo.
- La verdad es que sí.
Y allí estuvimos un buen rato, hasta que las arrugas de nuestros dedos nos recordaron que teníamos una vida y que había que volver a ella.
Imagen: Beso, de Sergio Subbótin en SubbotinART
Que lo parió! Que bonito cuento!
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