Esto es una fábula con animales.
Es la historia de un tipo, Cédric, que conoce a una tipa, Amélie.
El tipo no duda en cortejarla, la tipa no duda en hacer melindres y todo termina bajo el edredón (y sobre el fregadero).
Semanas más tarde, se van de vacaciones a Concarneau, en Bretaña, que él no conocía y donde ella se revelará como una insigne pécora.
(Maldita bruja).
Una tarde, paseando solo por la ciudad, Cédric se adentra en una librería, hurga entre los estantes y da con una novela de Georges Simenon, Les demoiselles de Concarneau.
El azar geográfico le incita a adquirirla.
De regreso a París, los dos amantes dejan de verse.
(Niñita remilgada).
Pasan los meses, Cédric aún no ha leído la novela. Súbitamente decide dejarlo todo y partir lejos, muy lejos. Aterriza en China.
Poco a poco se acostumbra a vivir entre ideogramas, conoce a chicas de ojos rasgados (y ojetes desgarrados) y acaba quedándose largo tiempo.
Una noche, embargado por la nostalgia de su lengua materna, busca en las cajas de cartón del cuartillo y encuentra la novela de Simenon, que resultará ser una auténtica joya.
(Lúcida, emocionante, divertida, y escrita en un francés extraordinario).
(Le resulta delicioso leerla en voz alta, en la soledad de su apartamento).
Y Cédric, un tipo proclive al pensamiento esencial, se planta delante de su ordenador y escribe:
Lamentar, lamentar, de qué sirve lamentar
Lo que somos no sería
Sin lo que fuimos un día
Silenciar, silenciar, de qué sirve silenciar
Si ahora estoy feliz aquí
Se lo debo a Amélie
Brindar, brindar, yo quisiera hoy brindar
Por el tramo recorrido
Y olvidar los no he podido
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