Estoy cagando y veo en el suelo la silueta de mi cabeza con el pelo cortado al ras, una cabeza y dos orejas perfiladas en las baldosas mientras con las manos hago sombras chinescas. Pienso en Serge Gainsbourg expresando su desencanto de “no poder cagar rosas”, pienso en Charles Baudelaire proclamando que “hay que ser sublime sin interrupción”, pienso en Francisco Umbral lamentando la imposibilidad de ser sublime por la obligación de cagar y eyacular, termino de cagar, me voy a mi biblioteca y busco ese párrafo de La insoportable levedad del ser que lleva varios días rondándome: “Se durmió con aquella dulce idea. Y en el umbral del sueño, en ese mágico territorio de imágenes confusas, de pronto se sintió seguro de haber descubierto la solución de todos los misterios, la llave del secreto, la nueva utopía, el Paraíso: un mundo donde el hombre se excita al mirar una golondrina y donde puede querer a Teresa sin verse interrumpido por la agresiva estupidez del sexo. Se durmió”. Y recuerdo esa frase tantas veces oída: “Dormir es una pérdida de tiempo”. Y me digo que no dormir sería una pérdida de “ese mágico territorio de imágenes confusas”, una pérdida de la magia. Y es evidente que el hombre se pasa la vida queriendo ser lo que no es en lugar de disfrutar de todo aquello que es, pero disfrutando igual, mas sin dejar de soñar hasta con dejar de soñar. Y es obvio que es su esencia soñar utopías, temer distopías y estar en el medio por siempre. Y es un hecho que entre la realidad y el sueño, entre el tedio y el temor, entre el cuerpo y el alma, se encuentra un ser inquieto pero inmóvil, agitado pero estático, cambiante pero fijo, encerrado en esta contradicción: el sueño es una realidad.
* Publicado en el blog La esfera cultural
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