Yo estaba muy borracho.
Me echaron del bar a patadas.
Me quedé dormido en el suelo, hecho un despojo, con la cara llena de sangre.
Una mujer que pasaba por allí me reanimó. Me dijo:
- No puedo con usted, pesa usted mucho. Haga un esfuerzo por levantarse y vayamos a mi casa.
Una vez allí, sin perder un segundo, me preparó un baño de agua caliente. Me desnudó. Me avergonzó oler tan mal, pero ella actuó como si nada. Me enjabonó de la cabeza a los pies. Nunca una mujer me había tocado así, sin ningún reparo. Era maravillosa. Me lavó los huevos como si me lavara los brazos, pero sabiendo que eran los huevos. Me vomité encima. Sin hacer la menor mueca, me limpió los vómitos y me dijo:
- No se preocupe. Son cosas que pasan.
Lloré. Lloré como nunca había llorado. Lágrimas como berenjenas. Ella se puso a cantar:
Ay, agua del canto
Se escapa por las grietas de mi quebranto
Yo miro por ellas
La lumbre de los rayos y las centellas
- Eso es de Juan Perro –alcancé a decir.
- Así es.
Cuando empecé a sentirme mejor, me ayudó a salir de la bañera. Me secó, me peinó, me perfumó, me vistió con ropa de hombre. Se me puso cara de ganador. Me entraron hasta ganas de fumarme un puro.
Fuimos a la cocina, tomamos café sin hablar, me ofreció cigarrillos que acepté, le ofrecí sonrisas que aceptó. Lamenté decirle:
- Tengo mucho sueño. Necesito dormir.
Se levantó de su silla y me llevó a la cama. Me arropó, me cantó:
Duerme zagal
No tengas miedo del frío
Con las ramitas del campo baldío
Encenderé un hogar
No llores más
Que los demonios se han ido
Pero quizá volverán si haces ruido
Y nos encontrarán
Eso también era de Juan Perro.
* Publicado en el blog Breves no tan breves
Imagen: digital:me, de kubicki en deviantART
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