martes, 1 de noviembre de 2011

DOS CUENTOS DE OLGA APPIANI DE LINARES



COLORES

Al nacer, se cobijó en la limpia fragancia del blanco, y dejó que otros se preocuparan por rosas y celestes.
Después, aprendió a recoger amarillos para alegrarse el alma y verdes para llenarla de frescura; la dejó inundarse de turquesas y cobaltos cuando el mar le habló de lejanías y misterios.
Amó sentir bajo los pies la piel oscura de la tierra y el ocre tibio de sus caminos; tal vez por eso quiso recorrerlos todos.
Un día se entregó al azul de unos ojos y juntos supieron arder en rojos y naranjas.
Más tarde llegó el gris para ahogarlos en su niebla; conoció entonces la agonía insondable del negro; envuelto en él, incapaz de ver y verse, fue como una roca que musgos y líquenes cubrieron de tristeza.
Hasta que un amanecer violeta le regaló un resplandor ámbar; a su luz se reconoció vivo, y pudo reemprender la marcha.
Lejanas cumbres nevadas lo ensoñaron con blancuras renacidas.
Bajo el sol púrpura navegaban galeones de nubes, y el horizonte era otro mar.





RUTINAS

Estaba harto de esa vida, todos los días detrás de lo que, más allá de pequeñas diferencias, era siempre la misma mierda.
Con frecuencia se preguntaba si sus congéneres sentirían lo mismo, o si, como su padre, su abuelo, y todos los que lo habían precedido en el camino, aceptaban su suerte, sin perder tiempo en cuestionamientos sin sentido.
Porque, al fin de cuentas ¿qué otra cosa podían hacer? No solo habían nacido para esa tarea, sino que ella los definía, era su herencia, la identidad de su especie, el futuro de sus hijos…
Según viejas historias, antaño habían sido considerados seres sagrados, cuasi divinos, con una misión trascendental…
En la familia conservaban la estatua en piedra de un lejano antepasado, cuya negrura de basalto estaba surcada por signos que ya nadie sabía descifrar, pero que se suponía eran signo de su alto status anterior.
Pero ya nadie creía en que tuvieran nada que ver con lo celestial, ni responsabilidad alguna sobre los ciclos solares…
Debía abandonar de una vez sus estériles sueños…
Con un suspiro de resignada aceptación, el escarabajo estercolero agachó las antenas, y prosiguió empujando la bola de excremento.



Blogs de la autora: olgalinares y olgaappiani


Primera imagen: Bubbles, de Brummerstedt en deviantART

Segunda imagen: non title, de Ryohei-Hase en deviantART

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