OTTILIA, de María del Pilar Jorge
En Ottilia, las calles son estrechas, empedradas, con lomas que suben y bajan. Las casas, blancas, con techos redondos y muchas ventanas en las que brillan los hilos de seda de las cortinas. Los niños corren libres y sin miedos, gallinas y perros escarban la tierra de las quintas. El río está cerca. Es siempre verano, por eso las siestas son largos rituales. Hombres hay muy pocos. Sólo permanecen los más viejos y los más pequeños. Las mujeres tejen alfombras, cortinas, túnicas de texturas sedosas y colores claros. Suelen ser muy bellas y entrelazan cordones multicolores en sus trenzas. Pero los forasteros temen quedarse a dormir en Ottilia. Sucede que las camas están cubiertas por sábanas tramadas, y la leyenda cuenta que cuando las mujeres de Ottilia envuelven a sus amantes con ellas, sus cuerpos se transforman en simples dibujos impresos en las telas.
PRECOZ, de David Moreno
Vivíamos separados por una pared, mi dormitorio pegado a su salón. Tan cerca, tan lejos. Nunca nos habíamos visto, ni oído, ni siquiera preguntado nuestros nombres, pero cumplíamos entusiasmados con nuestra cita. A las diez en punto de la noche desde hacía unos meses, abría mi libro de poemas y le recitaba unos versos de amor en voz alta. Ella, para que supiera que eran de su agrado, daba unos golpecitos y felices dormíamos hasta el día siguiente.
Anoche, me atreví. Me asomé a su ventana, justo cuando impaciente apoyaba su cabeza en la pared. Al girarse, vi que era tan sólo una niña, con sus ojos me decía que la esperase.
Anoche, me atreví. Me asomé a su ventana, justo cuando impaciente apoyaba su cabeza en la pared. Al girarse, vi que era tan sólo una niña, con sus ojos me decía que la esperase.
LO QUE QUIERAS*, de Patricia Nasello
Yo estaba de pie, él de rodillas. Sus manos en las mías, su mirada en mis ojos.
―Te amo ―me dijo―, y te lo voy a demostrar. Pedime lo que quieras: una rosa de oro, una estrella de mar. Una estrella del cielo.
―Con un canario me conformo ―contesté riéndome.
―Lo consigo y vuelvo.
Volvió rápido. Cansado. Tierno como siempre.
Arrastraba una jaula enorme.
―¿Y el canario? ―pregunté.
―Decidí que ningún pájaro podría compararse con vos, mi amor, que cantás como un ángel ―respondió.
Me emocionó saber cuánto valoraba mi voz.
Avancé unos pasos. Me paré dentro del círculo de rejas.
Él cerró la puerta.
* Lee Lo que quieras traducido al francés por Rafael Blanco Vázquez
Blog de María del Pilar Jorge
Blog de David Moreno
Bitácora de Patricia Nasello
Segunda imagen: attente, de toubab en deviantART
Tercera imagen: Lovers, de Mefitica en deviantART
―Te amo ―me dijo―, y te lo voy a demostrar. Pedime lo que quieras: una rosa de oro, una estrella de mar. Una estrella del cielo.
―Con un canario me conformo ―contesté riéndome.
―Lo consigo y vuelvo.
Volvió rápido. Cansado. Tierno como siempre.
Arrastraba una jaula enorme.
―¿Y el canario? ―pregunté.
―Decidí que ningún pájaro podría compararse con vos, mi amor, que cantás como un ángel ―respondió.
Me emocionó saber cuánto valoraba mi voz.
Avancé unos pasos. Me paré dentro del círculo de rejas.
Él cerró la puerta.
* Lee Lo que quieras traducido al francés por Rafael Blanco Vázquez
Blog de María del Pilar Jorge
Blog de David Moreno
Bitácora de Patricia Nasello
Primera imagen: Elven forest, de lucid-light en deviantART
Segunda imagen: attente, de toubab en deviantART
Tercera imagen: Lovers, de Mefitica en deviantART
Qué grata sorpresa, Rafael. Me enorgullece hayas elegido uno de mis micros para sumarlo a este lujo de bitácora y en tan buena compañía.
ResponderEliminarGracias, también, por la preciosa ilustración que escogiste para él.
Un cordial abrazo.
Rafael muchas gracias por traer hasta aquí uno de mis micros. Todo un honor y en buena compañía.
ResponderEliminarUn saludo indio
Mitakuye Oyasin