martes, 11 de octubre de 2011

EL COLUMPIO - Rafael Blanco Vázquez



Quisiera echar un polvo melancólico.



Dejarse crecer la barba y afeitársela cuando pique o afeitarse cada mañana por estar presentable y sin picores, en un prurito por vivir sin pruritos.
Escribir por angustia o por oficio.
Exprimir los pesares o el talento.



Realmente paradójico: sentirse en posesión de la verdad al proclamar la inexistencia de ésta.



El hombre puede ser verdugo de los hombres, pero esto es accesorio: lo esencial es que es víctima de sí mismo.



Lo que daría por un malestar concreto.



- Y tú qué quieres ser de mayor.
- Cadáver.



La falsa generosidad de reconocer los propios defectos.
El falso desapego al diagnosticar los de los demás.



De dolor a folclore: la mutación más habitual.



El hombre, ser fluctuante entre dos necesidades contrapuestas: el yo también y el yo solo.



En cada línea que escribo retumba, más veloz que el anterior, otro salto hacia la incomprensión de mí.
No hay palabra que no me aleje de lo inefable. No hay expresión que no esconda lo que nunca podré expresar. No hay explicación que no me recuerde que mi tormento es inexplicable.



No poder ofrecerle a nadie nada más que mis atolladeros.



Si he estado a punto de hacer algo que no quería, no me importa no haberlo hecho, sólo me importa lo poco que ha faltado, el impulso por mi parte.
Si no he llegado a hacer algo que quería, no me importa haberlo querido, sólo me importa que no lo he hecho.



Mi cólera no tiene límite, como corresponde a quien vive de presumir de mártir.



Cómo resolver esta gratuidad sentimental que nos mantiene en perpetua oscilación entre el deseo de cambio y la comodidad del problema conocido.



Perderse, disolverse en la contemplación de un espacio en blanco entre dos fragmentos.



Imagen: Goodbye Kiss, de angelboi69 en deviantART



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