Él era de pelo en pecho. Ella se llamaba Lucrecia.
Se cruzaron en una plaza.
Lucrecia parpadeó, el machote se atusó los bigotes y ambos terminaron desnudos en un catre.
Pero en mitad del acto, ella empezó a dudar, a vacilar, a no saber, y ahí estaba él penetrándola sin penetrarla.
Entonces le cantó tus pechos cántaros de miel, y ella rió mas no se decidió. Le habló una miaja en francés, y ella apreció su sensualidad sin decidirse. Improvisó un poema y a ella casi le da un pasmo (hasta se le cayó la baba), pero la decisión tardaba en llegar.
De modo que él sentenció: “A tomar por culo la bicicleta”. Metió cipote y huevos en los gayumbos, se acomodó los pantalones, los zapatos y la camisa, y concluyó: “Me voy por donde he venido”.
- Cosita –propuso ella–, ¿no te apetecería que nos relajásemos tomando un baño?
- No puedo. Tengo un pollo en el horno.
Y ella lo besó en el cuello, lo desnudó, se la chupó largamente mientras él se dedicaba a dudar, a tener media erección, a encenderse un cigarrillo.
Cuando acabó de fumar, la levantó, la pegó contra la pared y la obsequió con su tronco. Pero ella se había ausentado, le había entregado su mente a la ensoñación, con una sonrisa absorta en los labios.
Ya estaba claro, no hacía falta ser un lumbreras. La dejó en la cama con cuidado, se vistió sin decir palabra, se fue sin hacer ruido y desapareció sin mirar atrás.
Imagen: See Me, de eddiebadapples en deviantART
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