CUESTIÓN DE COLORES
Que
el señor gato lleve un esmoquin blanco cuando sube a lo alto de la valla, no es
casualidad. Las ovejas escuchan mejor a alguien que viste su color. En el
fondo, ellas saben que, bajo la tela impoluta, el pelaje del señor gato es
negro, pero se sienten mejor así.
Con
los años, el señor gato ha refinado tanto el arte del disfraz que hasta las
palabras que salen de su boca parecen blancas. Las ovejas las comen con gusto.
Están felices de vivir en la granja porque fuera, dice el señor gato, merodean
los lobos, negros como la noche.
Menos
mal que el señor gato cuenta con el impagable servicio de los halcones. Si
tuviera que hacer ciertas faenas, no podría lucir su esmoquin blanco. Al menos,
mientras la sangre siga siendo roja.
MISMAMENTE
En media
hora se despierta, se levanta de la cama, se va a la cocina, se toma un café y
dos bollos, se va al baño, se quita el pijama, se ducha, se afeita, se estruja
una espinilla, se peina, se echa desodorante, se pone el albornoz, se vuelve a
la habitación, se quita el albornoz, se viste y se calza, se dirige a la
puerta, se echa un último vistazo en el espejo del recibidor, se ajusta la
corbata, se marcha.
En la calle,
cuando se dé cuenta de que una vez más se ha olvidado las llaves dentro de
casa, se maldecirá fuera de sí a sí mismo y se volverá a recriminar el actuar
siempre de forma tan irreflexiva.
SÍ AUNQUE NO
Un día de equinoccio en el Gran Bosque, el señor Conejo se topó con el señor Lobo.
—Podría haberme encontrado —se lamentó el señor
Conejo— con el señor Ratón o con el señor Ciervo. Mire que es grande este
nuestro Gran Bosque y voy a coincidir con usted, señor Lobo. No he tenido nada
de suerte.
—Sí, sí la ha tenido. Aunque mala —se mofó el señor
Lobo.
Pero en ese momento se oyó un disparo y el señor Lobo
cayó al suelo víctima de malherimiento.
—Yo sí que no he tenido suerte —se quejó.
—No, no la ha tenido. Aunque bueno...
El señor Conejo se encogió de hombros y luego de patas
para marcharse muy a bote pronto, antes de que el señor Cazador recargara la
escopeta y su suerte volviera a mudar de adjetivo. Porque así de antojadiza se
muestra la señora Fortuna para con estas cosas que suelen suceder, sobre todo un
día de equinoccio, en el Gran Bosque.
Muy buenos textos los de Sergio, amigo de Ficticia. Un abrazo.
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