sábado, 3 de septiembre de 2011

DECLARACIONES - Rafael Blanco Vázquez


Alberto lo tenía muy claro. A él le apasionaba el baloncesto y no soportaba el fútbol, qué era eso de once tíos corriendo detrás de un balón. Vaya una cosa.
           
A Luis que nadie le viniera con historias. Si el relato corto era un terreno en el que se habían hecho y se harían maravillas, el cortometraje sería siempre un género menor. No, no insistan, de verdad.
           
A Mathieu le encantaban los aforismos pero con los minirrelatos tenía un problema. “No sé, los encuentro un poco cortos.”
           
Gladys se había hecho famosa con una serie de películas de éxito mundial. Tenía 20 años y era millonaria. Pero estaba harta de farándula y oropeles. Decidió convertirse en una persona normal y así lo hacía saber en todos los medios puestos a su alcance. Televisiones, tabloides, Internet. Que el mundo lo supiera. A partir de ahora Gladys ya no era Gladys.
           
Michel también era actor. Pero él ya tenía más de cuarenta años. El éxito no se le había venido encima, era algo que él se había ganado a pulso, currando. Porque es eso lo que él era, un currante. Por eso sus películas siempre hablaban de currantes, por eso sus personajes siempre eran gente humilde. Por eso él militaba en tantas asociaciones. ¿Que por qué siempre quiso ser actor? Vaya una pregunta. Porque él siempre tuvo muy claro que no quería ser contable, oficinista, carpintero. Que él valía para más.
           
A Cristina la película le había parecido superficial. Eso era todo. Cuando su novio le dijo no, lo que te pasa es que no te gusta la comedia, que desprecias el humor, ella se defendió: he dicho que no, que se trata simplemente de una cuestión de superficialidad. “¿Y la telenovela esa que ves todos los días?”, insistió el novio. “Una debilidad. Soy humana.”, esquivó ella con orgullo. “Te gusta porque es seria: las telenovelas son estúpidas pero serias”, se desesperaba él, sin resultado.
           
Walt Whitman dejó escrito:

¿Que yo me contradigo?
Pues sí, me contradigo. ¿Y qué?
(Yo soy inmenso, contengo multitudes.)

Según Ortega y Gasset no hay que dudar en proclamarlo: Yo soy un hombre con mis contradicciones.


Imagen: Dialogue, de quick2004 en deviantART

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