domingo, 9 de octubre de 2011

AÑICOS - Rafael Blanco Vázquez



Ese día en que la gente decida no ocuparse más que de su propia pena de no ser más que gente.



Todos mis accesos de furia y desolación provienen de mi envidia y de la merma de mi poder social. A todos respondo por la vía de la humillación o por la de la dialéctica, cuyo pretendido raciocinio la hace aún más cruel. El dolor es indigno.



Esas eyaculaciones abundantes como chorros de amargura reconcentrada, ese estallido en el que reluce la rutina espiritual.



Cambio de términos: sustituir filosofía por sofialgia



Pues claro que el pensamiento es libre. Lo que no hay es quien nos libre a nosotros de él.



Necesitar ardientemente a alguien o, dicho de otro modo, temer ardientemente descubrir que no se le necesita. El miedo a la soledad es más bien pánico al egoísmo.



El otro, ese ser que siempre se cree más listo que tú (y siempre sin motivo).



Me gusta verme a mí mismo como un sofista, a menudo me sueño descansando, triunfante, en la gratuidad, pero es evidente que no soy sino un infeliz que aspira al entendimiento, un pobre hombre proclive a la explicación, un cúmulo de tormentos añorantes de la normalidad.



Está claro que necesito ayuda o, dicho de otro modo, está claro que nadie puede ayudarme.



Después de revisitar Desmontando a Harry, de Woody Allen, con su mezcla de humor y horror, de trascendencia y chiste, mis fragmentos me resultan de una gravedad intolerable, de un negror impracticable. Claro que eso se soluciona revisitando a Cioran, al lado del cual Woody Allen me parece un payaso.



Imagen: Arte tétrico, de Grzegorz Kmin alias Aspius

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